Alturas
Rosana Curiel
I
Yo nunca he vivido en un piso muy alto.
Con mis propios vuelos y devastaciones
ha sido suficiente
para caer desde arriba a la línea que camino,
o percibir la luz que contorna
mi amanecer.
No sabría qué rincones doblar
o qué goteras beber
desde tan altas claridades,
desde una palmera y sus ondulaciones.
Mirar a diario los cables de la noche,
lejana de ficus e higueras,
desde el borde de la ficción de una nube;
vivir guardada del salto liberador,
sería anclar mis piernas y mis temperaturas
al travesaño de una puerta sin llave.
II
Una vez se arrojó el mar
sobre un piso diecisiete,
yo estaba ahí, esa orilla se llamaba Fajardo.
Con el lápiz del viento
el mar puso en mis dedos palabras de sodio
que cayeron a cascada limpia,
hasta mis tobillos.
Palabras que, si las dije,
fueron naranjas y fieras, cuadrículas y campanas,
subidas y pies descalzos,
pero nunca poemas.
Febrero tenía complicidad
con mi vientre de seis meses gestado
y era la vida
ciudad y continente,
molécula, límite, alfiler, silencio.
Yo era muy frágil porque era una piedra.
III
Nunca he vivido en un piso muy alto,
pido perdón por eso
y desde aquí lanzo esta botella
con hilos dorados
segura de que llegará a las nubes,
convencida de su voz que te dedica
estos escalones de palabras.
Seguiré abajo sin tratar de mirar siquiera
hacia otro nivel
que me descoloque los pies de la tierra.
Permaneceré de frente
a las convulsiones del sin ti.
No quiero cambiar de ruta,
desglosar un beso en labios inadecuados.
Mejor sin beso, mejor sin aroma, sin placebos.
Las alturas no sirven cuando sólo derrumban.
Lejos del hielo
estas rocas son ensayos de arena,
y nada, ningún sol,
puede evaporar la forma de tu rostro
en mis mañanas.
Para borrar tu voz
me arrancaré la cabeza
y aún así el amanecer
sabrá lo que somos, lo que amamos,
la estrella que abrió un corazón
para incrustarle un verso.
IV
Yo nunca he vivido en un piso muy alto
pero alguien llegará hasta arriba
y sabrá dibujar en esa ventana,
lo que siempre quise ser contigo.