Anatomía de la ansiedad
Rosana Curiel
Es delgada y tiene la piel áspera.
Pareciera que no pesa, que es incorpórea
porque encuentra maneras sutiles
de instalarse en cada hueco que encuentra.
Echa raíces,
se muda primero al plexo
y provoca temperaturas difíciles de imaginar.
Después se acomoda en la lengua,
dicta las palabras,
aturde los dedos,
marea cualquier intención
por luminosa que sea.
Así, transparente y silenciosa, discreta, como es,
da órdenes que el cerebro acepta
con gratitud y respeto hacia su verdugo.
Arrastra las neuronas que debían abrazarse unas a otras,
a una tierra perturbada
y se tornan en navajas.
Las ideas se embarazan de parásitos,
dibujan contornos asimétricos en los ojos,
provocan deseos ridículos y peligrosos.
Toma posesión del reino.
Ella solo observa, puesta ya en todo,
invasora irreprochable, conquistadora
mira desde la cima su triunfo.
Vigila los cambios en la química,
alaba su poder corrosivo
instalada en la belleza de la descomposición.
Aplaude la mutación del alma
con tanto orgullo…
Y se embelesa olfateando el proceso de auto devastación
que provoca.
Es pura su maldad.
Tan pura, que sus víctimas la alimentan
convencidas, agradecidas y purificadas,
desde su propia enajenación.
Es la esencia de un filo
que seduce
porque brilla y mata
desde la propia oquedad.
