SUEÑO DE UN DÍA MUNICIPAL, SEGUIDO DE UNA “LÍRICA”
Fernando Curiel
Para Roxana, en el Estado de Morelos
SUEÑO MUNICIPAL
Despierto a la hora del alba, con repiqueteo de campanas en la Catedral y el irregular cíngulo de iglesias y templos que la coronan. Mi casa se yergue, menhir, en una loma de los cerros circundantes, uno de ellos con tradición sagrada, por causa de sus jumiles y abisales voladeros. Me asomo a la terraza que dilata mi recámara: nace, entre rosas y naranjados en ascenso, el Sol. Bajo por una taza de café —últimamente marca Gila, de aromáticas variedades—, y tiempo sobra para contemplar la paulatina iluminación, como si de un set se tratara, del casco urbano. Superpongo morfologías y edades de casas y calles. Me baño, la luz de las ventanas y el agua bautizándome, y visto cuco, selecciono un sombrero, y un bolso, y salgo.
Tengo por natural, en el recorrido rumbo a la primera tertulia del día, toparme con vivos y muertos, viejos, mayores, jóvenes y niños; los vivos en su dimensión actual, los muertos en la suya de brumoso polvo; pero vivos y muertos, saludándose o deteniéndose para una breve charla, cada cual con su cada cual; saludos y charla con el cantadito que no alcanza a perderse, y los modismos de siempre: Uta, Si va, Aráchole.
Anticipado como siempre, hábito de reportero antes que de compulsivo impaciente al que se le queman las habas, tiempo tengo también para una primera vuelta en la Plaza de Armas, antes del desayuno en cualesquiera de los restaurantes con antelación elegidos. De adquirir un periódico. De sentarme en una de las bancas de perene fierro. De ver pasar a mi madre y a mi padrastro padre solicitados por su tiempo, sus tiempos. A finadas celebridades, mis primeros héroes homéricos, que me aguzaron el sentido, agridulce —mirra y veneno— de la Fama.
Tendré la mañana, y el mediodía, y el fuste de la tarde, para mí; pero al nacimiento del crepúsculo, ya estaré en la terraza, en mi sillón de madera —me ha sido imposible conseguir, un ejemplar de aquellos inmensos que se alquilaban en las playas de Caletilla o Caleta o El Revolcadero, del viejo Acapulco en vacaciones familiares—. Iré —posiblemente— al Mercado, y —seguramente— a mi templo favorito, a la librería, a las tiendas surtidero de mis rastras de artesanías indígenas, anillos y cadenas ecos de un pasado de diseño que se tornó internacional, pregúntele nomás a Juliana la Reina de Holanda o a Marilyn Monroe la Reina de Hollywood. Charlaré con mi marchante artesano de tantos años, herencia de su padre, por ahí —fallecido—, igualmente. En parques, recodos y callejones, evocaré primeros amores. Y las veré a ellas reunirse trémulas con el niño y el adolescente que fui. Solo o en tertulia, comeré en el restaurante que funge de palco de la Catedral y del Zócalo. Compraré mi pan de tumultuosa canasta.
Así, Así. Así. Hasta el próximo regreso.
UNA “LÍRICA”
NAVE ARGO, DE REGRESO
1
Yo, inocente
únicamente aspiraba
columbrar
—desde mi torre
el moroso nacimiento
de la noche
Jardín pétreo de sombras
inmenso pozo
salpicado de estrellas
Taxco, Guerrero
2
¿Amor?
fuego cenizas
descatalogado
archivo muerto
Armas y sentidos todos
depuestos
herrumbre
3
No me lo esperaba
—júrolo
mapa celestial enloquecido
el de aquella atardecida mineral
Al Oriente
cual Sol, la Luna
radiante y hermosa
más Sol que Luna
Al Poniente
del lado del cerro del Huizteco
una crestería lumínica
haces de amanecer
rayos bermejos, rosa y naranja
La Luna: Sol
4
Entendí el mensaje
5
En el tablero de Ajedrez
—que es la vida
sería yo pieza
de sorpresivo juego
Ocio de los Dioses
6
Ondulante y secreta
—Nereida
fermosa
leve
espigada
medio pakistaní
saldrías al paso
de mi tornaviaje
7
Acato